Vino a preguntarme otra vez más si la reconocía.
En medio de un cielo gris flotaba la humedad de los pastos
donde nos encontramos en esos pequeños conciliábulos de niños asombrados
por el blanco de una cicatriz y la luz mala de un relámpago marcando en el
cielo esa frontera incomprensible
donde la aventura y el milagro hacen crepitar la tierra,
sólo un ensayo de melodías extraviadas
que vienen a preguntarme por mis extravíos.
Hay en mí insaciables vapores que también se levantan
y ascienden como pájaros negros en medio de esta lluvia
que insiste en mostrarme que hubo vientos
y sombras asustadas por esos llantos,
en un cielo denso como pena que extraña al que fué amado.
Lágrimas y lejanías entablan melodías fuera de mí,
que ignoran por ahora lo que traerá el día,
si una cama profana o burbujas reflejando
aquellos rostros que aparecieron y luego se marcharon
sin dar lugar al sermón de despedidas
que cayó desvanecido como un instante de dicha
frente a la fealdad y la miseria.
Se unió a mi alma esta atmósfera
que comenzó a entonar cantos obscenos,
sin nombre ni tiempo, inclinados sobre mi destino
y que brotaron de mis labios
como violetas solitarias abriéndose a la lluvia.
Fuera de mí, ardiendo de placer
se convocan los dioses de mejillas infladas tocando las trompetas
y comienza un aleteo de gotas aturdidas
que entonan letanías vueltas íntimas como sábanas flotantes,
con fantasmas que salen ilesos de conjuros
cual monjes de una procesión lejos del monasterio.
La historia que vivimos vuela sobre un paisaje
donde al final no hay nadie
e insiste en lo que vino a preguntarme,
y el eco de la ausencia toma su voz de trino
cegada por la luz diciendo con un aliento de delirio:
¿me reconoces?
Soy esa melodía obtusa que pierde el pié en el terror del tiempo,
soy tu extraña pasión, tu crispación despojada de memoria,
tu nota no sabida, tu propia ajenidad.
Y la duda se hundió mansamente en el pentagrama tendido
donde se engendran los versos de los hombres.
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