A veces me decías: vendrá el cobre oxidado de mi voz
de mediodía, vendrá a confesarte los sueños intranquilos que me persiguen
nerviosos, con cúpulas de iglesias que veo a través de la ventana y vasijas del
norte llenas de humedad con moho que veo desde adentro.
Y visionaba hombres en desfiles con mujeres tomadas de
la mano que nunca bailaban ni jugaban en mi presencia, pero que estaban
desparramados en casas imponentes con balcones y rejas de metal. Otra vez el
metal pero ya no el cobre de tu voz, sino el hierro necesario para ceñirme,
para contenerme, para no dejarme ir.
Me traes otra vez a mí, me acuerdo otra vez de mí, de
la que fuí y a veces otra. Espero nocturnamente el regreso de mis ángeles y
demonios, los espero en burla sumisa, sin apasionarme. Volveré con el tiempo,
mucho tiempo que pasará hasta que me retomes en tu recuerdo, nada más que una
cara soñada y así todas, nada más que caras de una ronda que gira a toda
velocidad frente a una cámara filmadora. Me falta la poca decisión de abrir o
de cerrar los ojos para conocerme.
Nací en un barco cosmopolita, en alta mar, océanos
confluentes, país negado, tierra de todos juntos, tan juntos que ahora somos un
borrón, una mancha natural, una manchita, un lunar, oh!.. Pequita de mi espalda
en el omóplato derecho.
Nací sin tierras agrietadas, exigentes de amor y de
alimento, bajo mis pies. Sin tierra bajo mis pies quiere decir que puedo
dejarte en cualquier momento, ahora, si viniese el marino extraño que me
devuelva a mi mundo hecho de aire y océanos, que me tome por sorpresa y me
lleve con él a compartir un largo viaje, un simplísimo viaje alrededor del mar
sin tocar la tierra. Pero no me creas, no podré dejarte nunca, estaré con vos
en cada tecla que manche esta pantalla, en cada historia escrita como ésta que
hecho a volar por este mundo de aire y cibernética.
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