Son
las dos, y vos que llamás a veces, o no llamás, como ahora, mientras te espero
igual, en esta tarde que está llena de sol y cielo. Te imagino llegando, con
los bolsones que no caben en tus brazos, bajando en la estación en medio de una
nube de arena, y vos defendiéndote a codazos hasta encontrar a Ug. que pudo ir
a esperarte y que te tranquiliza.
Hay
un poema tuyo colgado en la biblioteca, sostenido por unos libros al que anoche
no me pude animar porque se me llenaban los ojos de lágrimas, tanto que no
podía ver la cama desordenada, por nuestra costumbre de no ordenarla y porque
no estás. Tuve que dormir anoche con una manta encima porque tenía frío y ni
siquiera se acercaba el gato al que le dejé toda la noche la puerta abierta
como señal de que podía entrar, pero el tampoco quiso moverse de su territorio,
como si de alguna manera comprendiese que hay vacíos que me tocan solamente a
mí.
Ahora
estoy sentada frente a la máquina y entra el reflejo del sol por los vidrios y
no hago más que pensar en el mar y en el fin de semana juntos. Lo espero, como
el regalo prometido, como si Los Reyes hubiesen bajado a mis zapatos y hubiesen
abierto esta carta dirigida al borde impreciso de tu ausencia.
Te amo.
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