martes, 2 de julio de 2013

LA NOCHE




El cielo tiene miedo de la noche,
de ese silencio lleno de murmullos
cuando los ojos se llenan de recuerdos
y una invasión de ópalos se cuelga en la mirada.

Levanto la cabeza y veo un nido de luciérnagas
rodando por el cielo,
cruzando todos los signos zodiacales,
mientras un aerolito cae sin mirar a nadie
de la elipse cerrada de los astros
y se ve abrir en el cielo un bosque de hadas extasiadas
que me prometen el cumplimiento de un milagro inalcanzable.

Un vuelo se agranda en la herida de su estela
y se ahoga un grito que solo cicatriza en el espacio.

Mi mirada se vuelve delirante en un aire de verano y primaveras
donde danzan las luminarias sin moverse
porque tienen la luz dentro del cuerpo
y aprendieron la lección del telescopio que creyó mirar y era mirado.

Con un llanto de luna oigo el ladrido de un perro
que da la vuelta al mundo
y un nocturno durmiendo en un concierto único
reposa sobre el piano que ensaya muertes tenues
junto al sonido del mar que prepara algún naufragio
mientras doblan las campanas de los astros muertos
y el azul del universo se salpica de luz,
aquella que desbordan los planetas
dominando un insomnio interminable
e invade todos los rincones
cuando es hora de dormir en todas partes.

El tiempo de los siglos se insinúa terriblemente envejecido,
cansado de soñar en esa espera que salte una ilusión
y llegue al cielo
sentada en una lágrima.

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