Así no podíamos seguir, le dije que era necesario pasar de
tantas emociones que tenían en vilo a mi corazón, a otra desnudez, una desnudez
que no evocara ningún sentimiento, porque temía por mi vida. Había acercado su
daga a mi garganta tantas veces que me propuse que esa sería la última. Tenía
que pegar el salto de la linealidad de los hechos que venían sucediéndose y que
me hacían sufrir hasta llegar a un grado de desesperación que se me imponía ya
como un estado, porque la desesperación me acompañaba en todos los actos de mi
vida.
Me sentía sometida a su maldad que intentaba destruirme en
cada frase que me destinaba y quedaba como hipnotizada, sin capacidad de
respuesta. Yo tenía recursos para enfrentarla pero me anonadó el monto de su
violencia nunca imaginada por mí, siempre diluida en mí por esa capacidad de
transformar los dramas de mi vida en novelas o poemas o sueños que terminaban
siempre en un amanecer de colores que sorprendían mis sentidos.
Yo había crecido muy cerca de los pájaros que sobrevolaban un
mar calmo, sin ansiedades, buscando mi alimento a ras de la sal marina y de esa
inmensidad que siempre prometía vida y la certeza de la continuidad de una
sobrevivencia.
La daga me espantaba y un mandamiento se me imponía con un
"no matarás" como un grado de civilización que me mandaba a buscar
otras maneras de enfrentarme con la dureza del acero, con las improntas
maquinales que cual tanques de guerra amenazaban pasarme por encima. Había
llegado a la conclusión que la verdadera pintura no usa un fondo de imágenes
sino que las imágenes van surgiendo de un tranquilo fondo sin figuración, la
tela en blanco, sólo un tono apartado de cualquier lenguaje literal y decidí no
hablar más porque las palabras no podían remediar esa visceralidad que pedía mi
sangre para que la daga encuentre su sentido.
Un renglón más y mi
inteligencia se abstuvo de algún tema en particular, mis estrategias se transformaron y puse en el
cielo un pavo real y en las aguas puse a flotar el cadáver de todos los
enemigos y en vez de las semejanzas busque otras armas que las letales y
declaré la guerra permanente de palabras que ya no actuaban como ninguna
excepción sino que fueron la norma de mi vida.
No descansé y mi vida se
desligó de las pertenencias de tal manera que ya no era mi vida sino que era la
vida que miraban los ojos de mi inteligencia que eran los ojos de una
imaginación sin imágenes. En esa transparencia y frente a la falta del azogue
ella tiró la daga y la vida entró en mí, de una manera natural, desatando nudos
con el viento universal de todas las lenguas y su historia, como un latido
nuevo, como si la vida fuese un mas allá de los contrarios.