lunes, 3 de diciembre de 2012

CONVERSACIONES



Así no podíamos seguir, le dije que era necesario pasar de tantas emociones que tenían en vilo a mi corazón, a otra desnudez, una desnudez que no evocara ningún sentimiento, porque temía por mi vida. Había acercado su daga a mi garganta tantas veces que me propuse que esa sería la última. Tenía que pegar el salto de la linealidad de los hechos que venían sucediéndose y que me hacían sufrir hasta llegar a un grado de desesperación que se me imponía ya como un estado, porque la desesperación me acompañaba en todos los actos de mi vida.
Me sentía sometida a su maldad que intentaba destruirme en cada frase que me destinaba y quedaba como hipnotizada, sin capacidad de respuesta. Yo tenía recursos para enfrentarla pero me anonadó el monto de su violencia nunca imaginada por mí, siempre diluida en mí por esa capacidad de transformar los dramas de mi vida en novelas o poemas o sueños que terminaban siempre en un amanecer de colores que sorprendían mis sentidos.
Yo había crecido muy cerca de los pájaros que sobrevolaban un mar calmo, sin ansiedades, buscando mi alimento a ras de la sal marina y de esa inmensidad que siempre prometía vida y la certeza de la continuidad de una sobrevivencia.
La daga me espantaba y un mandamiento se me imponía con un "no matarás" como un grado de civilización que me mandaba a buscar otras maneras de enfrentarme con la dureza del acero, con las improntas maquinales que cual tanques de guerra amenazaban pasarme por encima. Había llegado a la conclusión que la verdadera pintura no usa un fondo de imágenes sino que las imágenes van surgiendo de un tranquilo fondo sin figuración, la tela en blanco, sólo un tono apartado de cualquier lenguaje literal y decidí no hablar más porque las palabras no podían remediar esa visceralidad que pedía mi sangre para que la daga encuentre su sentido.
Un renglón más y mi inteligencia se abstuvo de algún tema en particular,  mis estrategias se transformaron y puse en el cielo un pavo real y en las aguas puse a flotar el cadáver de todos los enemigos y en vez de las semejanzas busque otras armas que las letales y declaré la guerra permanente de palabras que ya no actuaban como ninguna excepción sino que fueron la norma de mi vida.
No descansé y mi vida se desligó de las pertenencias de tal manera que ya no era mi vida sino que era la vida que miraban los ojos de mi inteligencia que eran los ojos de una imaginación sin imágenes. En esa transparencia y frente a la falta del azogue ella tiró la daga y la vida entró en mí, de una manera natural, desatando nudos con el viento universal de todas las lenguas y su historia, como un latido nuevo, como si la vida fuese un mas allá de los contrarios.