Decirte, porque hacer,
podría hacer muchas cosas, por ejemplo podría comprarme un caleidoscopio para
marearme con los colores, sabotearme el ojo izquierdo porque es el que ve
mejor... Tomar una decisión es muy difícil, entonces mejor una palabra o un
sonido o una onda magnética o una onda. Me invento tener que caminar entre
almohadones de plumas volanderas, livianas, blancas, superfluas como yo cuando
pongo los ojos y la voz irreconocibles y el tono disfrazado de frío glauco,
témpera de un paisaje atemporal. Podría suponer una vez más una historia
imaginada, por ejemplo: “No soñaré esta noche”, buscaré alguna comprensión de
la razón, te buscaré y te encontraré.
Ya te encontré. Vení, ponete
junto a mí, mejor enfrente, tengo que hablarte tanto...
Me asusté, escuchame, me
asusté por lo que me proponías, vivir una vida sin temores excesivos, la paz de
descansar un poco después de todo el día, vivir con vos, de acuerdo a vos, y un
vértigo me gira la cabeza y el cuerpo, y soy ese caleidoscopio que nombraba en
el principio y que acabo ahora mismo de robar.
Y de tanto girar me
pierdo y me transformo, quisiera salir de nuevo a la calle pero vestida con
imágenes de mis calles perdidas de la infancia. Me veo, ahora estoy vestida de
varón, tengo un overol gris y dos canastas unidas por un potente cáñamo, una a
cada lado de mis hombros. Soy pescador, vendo pescados del mar de las Antillas,
escurridizos, como yó en este momento en que no puedo quedarme quieta, plantada
en tu propuesta, y entonces las Antillas y el color plata escurridizo y esas
bocas que han agotado sus pedidos, y ese boquear donde me quedo suspendida,
abierta, sin saber si es necesario que dé alguna respuesta porque ya está todo
decidido. Vuelvo a mirar los pescados que tendría que vender, pero me quedo
demasiado tiempo mirándolos, de tanto en tanto me paro por las calles a
mirarlos y en esa maravilla de la imagen, sueño despierta a las 10 de la mañana
de hoy, después de anoche, pensando en tu propuesta.
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