La caprichosa memoria me
desdice
pero tengo el recuerdo de
aquellas tardes arboladas
a pleno sol, corriendo hacia
las puertas vivas
que daban a la gruta en donde
se perdía la amatista.
Colgada de algún cuello
arrastraba una cadena de luces amarillas
que gravitaban al compás de
un péndulo
rozando apenas una camisa
ardiente
y era hermoso el latido que
ascendía por los costados de la risa
saliendo airosa hasta una
superficie de aire
donde volaba su delirio.
Feliz la piedra tomaba los
perfumes de una piel
y embriagaba su ser
transformando en miel su brillo
y era una mujer recién creada
corriendo sorprendida por el
mundo vestida de amarillo.
Con mis ojos de almendra
sorprendidos
miré y no ví destellos sino
un cuerpo creciendo
entre milagros frente a la
maga que tocaba los objetos
y hacía de la tierra un
remolino del que surgía una
presencia que giraba en el
espacio falsamente alumbrado
sobre encajes de un sueño,
como un accidente
extraordinario
o como una paloma saliendo de
un sombrero.
Y era una mujer recién creada, genial, Norma. Bellísimo poema encubridor
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