miércoles, 13 de febrero de 2013

A plena penumbra



A veces se me apaga la luz  y entro tropezando con las cosas
y no te reconozco en el silencio.

La noche se hace grande y sólo un astro que cada tanto se pega a mi ventana,
ilumina la única cama que habitamos.

Nos habíamos mirado en el espejo carbonoso de las vejaciones,
y ocultado el ardor en la piel que empalidecía
en el sepia de un descanso sin gestos.
Nos amábamos en el país del abrigo y la sombra,
pero también nos atravesaron los escalofríos
que torcían nuestros cuerpos
dispuestos a navegar en una nube que a traición
se volvía quejumbrosa ,
y pesada ennegrecía el cielo y toda la vida era penumbra.

No habíamos proferido en voz alta nuestros nombres
y sin embargo se incrustaban en las paredes las letras como trozos de jade.
El amor era una carta escrita desde un país lejano, luminoso,
una torre incendiada que iluminaba de azul en raras ocasiones
el ángulo en que se abrían en dos nuestros caminos
por los que avanzábamos cada cual a su modo
escuchando crepitar bajo los pies las hojas de innumerables nervaduras
que desprendidas ya nada tenían que ver con el árbol
y eran sólo testigos de ese inmenso temblor
tan parecido a nuestro temblor en donde crecíamos
y esperábamos el tiempo en que otra luz,
una luz de sol inaugurase otro tiempo
en el que pudiésemos mirarnos un poco.

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