A MIS 76 AÑOS VIVIDOS
Caen números sobre la arena
mojada y dejan que sus huellas
se borren al ritmo de las mareas
altas.
Un famoso silencio de décadas
cayéndome encima inventó la leyenda.
Mi habilidad sobre las letras
legó un pequeño papel dejado en el olvido,
y debo confesar que mi sangre
se endulzó con los antepasados de la magia.
La hambrienta poesía aún no
nacida organizó como se organiza una fiesta
el amoroso festín de una
forma de morir amando.
En tanto la vida en
gigantesco remolino se llevó a los ídolos hacia las tinieblas y les encomendó la
tarea de vigilar el instante,
sólo aquel tiempo en que se
deshacen las estatuas.
No hubo cánticos para mi
torpeza,
el ojo que refleja un espejo
viajero no pudo detenerse
y me fue imposible anotar el
episodio inmortal,
esa evasiva metáfora de la
verdad reconocida por la especie
que aún no le dio la
bienvenida.
Pero no hubo perturbación en
el espíritu
la pequeña caja del corazón
en dos latidos
le dio la orden al tiempo que
me siga,
y el tiempo aún no me encontró,
sólo retuvo en una eterna
pausa
la armonía que junta la
muerte con la vida
el desierto y el llano, lo
yermo y lo sembrado.
Sin poder anotar en el cuaderno el episodio aquél
vagué por los lugares donde
camino sola
con la marcha imperfecta por culpa
de mi sombra
dejando a la vera del camino
emblemas de un pasado,
y la edad, el tiempo, el sexo,
no quedaron golpeados por las piedras,
sólo desposeídos por una loca
conjetura.
En una mañana de mínima
importancia,
grité el invento del mi misma:
Libertad, libertad, pasión
del libre,
y la impiedad cayó sobre la
gran conspiración
quedando libre del mi misma,
la herida colgando de mis
labios,
la cabeza inclinada hasta
caer como una tinta roja
derramada en el agua donde el
remero impaciente
está esperando el golpe de
bastón que inicie el recorrido.
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