EL SEXO Y YO
Mi sexo mi mujer,
huellas de besos, de huidas,
de palabras muertas,
de palabras desechas, diluidas,
como la luz muriendo en el ocaso.
No te conozco del todo
pero supe que el cielo está
cuajado de silenciosos huecos
y brisas invisibles como
viento de hojas,
rondan el mundo sin memoria
y siempre hay un ardor
dormido frente a una juventud inacabada.
Descansan tibios rescoldos de
fuegos intactos que no olvidan
mientras la mano deja de
buscar para atenerse a un orden,
porque no encuentra objeto
más que un centro viviente,
un nombre suspendido sobre un
labio,
un latir de estrellas y un
susurro
bordes que son encuentros
mirando una señal equivocada.
Te comprendí y no he muerto
en el silencio justo de un orgasmo,
en la lenta seda que se
derrama en diminuto.
Lavaba mis pies en la fuente
de sirenas
porque no tenía intención de
definirme,
centellando en un destierro
enrojecido por momentos de pasión
donde gestos antiguos y
soñados se desataban a falta de una historia.
En ese paraíso de
inconciencia absolvía a mi amor y a mi inconstancia
de toda la avidez por ser de
otra manera
y huía frente a la implacable
luz
de los descubrimientos de ser
un cuerpo inalcanzable,
insensible a la aprobación de
alguna caridad que lo trastorne,
y así imantada de luz
fosforescente golpeaba la roca
sólo por un instante y luego
sucumbía en la extraña ceremonia
donde dos nómades pasajeros
habitaban la deriva de los sexos,
en costas que se
transformaban,
mientras mi cabellera se
desplegaba para el lujo
de un desconocido paroxismo,
y todo olía a sal flotando en
la blancura de un relámpago.
Mi sexo mi mujer,
todos los lazos tenían la
tibieza del flagelo
donde una cosa no era igual a
cosa alguna
y cualquier acto se abría en
una lengua de presagios,
mientras un nuevo astro vacío
de futuro
pedía extinguirse en una
jaula de demencia
sin poder instalarse en
ningún lado,
ni siquiera en mi lecho donde
un juego nupcial decepcionado
se puso al lado de la muerte,
sólo un poco,
en un desvanecimiento atemporario,
que despertó ante el fracaso
de un encuentro
y la boca pidió un lugar
extravagante donde aferrarse el alma
como una mujer desnuda a la
humedad del sexo,
que no dejó de trotar al lado
mío,
sin alcanzar jamás el corazón
del sol ametrallado de espejismos.
hermoso!!
ResponderEliminarGracias Ernesto
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