VAMOS YENDO
Arriero, dile a la tropa que
arreas,
que surque el monte y los
llanos,
que busque su comida y
emprenda en la arruga silenciosa
del sendero el camino del
regreso.
Hubo interrogaciones
desviadas,
palabras sin música
escuchadas
en rostros secos sin rastros de
lágrimas,
invadidos por extrañas
ignorancias que perdieron su equilibrio
sin saber en que rincón, en
que piso habitan,
si tienen que subir o bajar
las escaleras,
y que no saben buscarse entre
los otros.
Arriero, no llores sobre el
mundo,
besa la tierra que te acoge
y mira el cielo que tan alto
quedó como vacío.
Una nube con peso cargada de
pensamientos estelares
gira sobre tu cabeza y
anuncia con un llanto
que la alegría invadió los
universos.
Luna grande, sin ojos, cargada
de brillantes alumbra la ciudad
a la que llegaremos volando
entre resquebrajadas tierras
y sus bordes inquietos verán el
pié desnudo de la noche
quedando atrás entre las
cumbres.
Seremos los pasajeros de la
tierra que te siguen
despreciando los límites que
oprimen las gargantas de estrellas
en el celeste espacio
reteniendo la catarata de cuerpos
que quedaron perdidos, ciegos
por los restos del odio.
Allá vamos arriero, que el
río apresura su curso,
y el verdor se acumula
empujando hacia el mar una gloria rompiente,
ahora hundida en la tumba del
pensamiento negro.
Diles que el corazón nacido
para amar
no fue muerto en el extinto
diálogo en el que no te oías
porque uñas y dientes
defendieron ese día de sol ,
ese día de amor sobre la
tierra.
Todo el azul es tuyo, allá
vamos arriero,
la tierra ligera vuela sola,
huye de los perdidos,
se desnuda y se funde intacta
como recuerdo al soplo de la vida.
Hay una piel secreta que no
pierde su forma,
hay una carne dulce nacida en
el instante lúcido
donde una voz penetra hasta
las venas tibias de la tierra
para rodar con ella en ese
beso oscuro,
como sonido oscuro
recorriendo los cantos,
en pequeños latidos con olor
a existencia.
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