Las últimas horas de la tarde fuera de casa, sin saber a qué olía la lluvia
sobre mi abrigo de lana y sintiendo que el dolor era demasiado para hablar
sueltamente del futuro. Nunca sabré dónde empezó el encuentro y nunca sabré dónde
terminará. Esta mañana pude descubrir un gesto tuyo en el pequeño que empujaba
con fuerza la puerta de tu casa, esa casona de aquél barrio que sobresalía de
verdes colgantes por los que se filtraba la luz de mis presentimientos. Yo
esperaba encontrarme con la certidumbre que da el haber caminado lo suficiente
para llegar a este momento y ahora me doy cuenta que tengo el mismo desamparo
que aquél que busca una palabra y no la encuentra. Leí una vez más y
repasé el plan que teníamos y me dí cuenta que el fantasma de la muerte de
aquella a la que habías amado tanto me era insoportable y que no pensaba
ensombrecerme para siempre. No es que tenga alguna moral, pero me asustará
cualquier charla intrascendente que la nombre, me aterrarán los objetos de la casa
que no me pertenecen, me helaría en la hornalla prendida por sus manos,
rondaría sin cesar las noches con presencias de murmullos intraducibles y
olores avejentados por no pertenecer ya a nadie. Tal vez yo haya sido esa
promesa necesaria para que puedas soportar esa lucha entre la vida y la muerte,
pero no es necesario que sea yo quien eche piedras a su tumba, ni es necesario
que te acompañe en ningún final precipitado. Voy a quedarme por un tiempo
silenciosa, me apartaré de ti, porque ya no tengo ganas, y porque no sé qué
misteriosos pensamientos me atacan cada tanto y convierten montañas en cenizas,
y el futuro en ocres macilentos donde arrojo semillas condenadas al fracaso.
Pero he llegado a mi verdad, y ella me arroja a un acto valeroso y sabe a despedida.
Despegaré mi cuerpo ya que el encuentro tan solo fue entre sombras e iré tras
el perfil abrillantado de la ausencia a buscarme en el tiempo de otra historia,
en un lugar que me recuerde a un bosque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario