lunes, 22 de abril de 2013

UNA PRIMERA VEZ





La bolsa o la vida, ésta había sido la última frase leída antes de apagar la luz en esa casa de fin de semana, en un lugar todo verde, una isla pequeña surcada de estanques, con un muelle que daba al río al que le gustaba visitar por las mañanas muy temprano, cuando todos dormían aún y el sol se asomaba tímidamente, mientras los pájaros cantaban en soledad su alborozo por estar vivos cada mañana, cada vez como una primera vez.
Se quedaba sentada con un poco de frío en la piel y la humedad que ya no era rocío, mirando el agua y sus movimientos que siempre se debían a otros movimientos que calculaba se producían mucho más allá, en algún ramal donde un velero tal vez, o una lancha, la habían madrugado, inocentes cómplices de todos sus amaneceres.
Había llegado a ese lugar casi desprevenidamente, pero allí se había quedado los últimos tres meses que marcaban el ritmo del verano, cosa que no había calculado nunca pero que aconteció sin esperarlo, como cualquier acontecimiento, como cualquier cumpleaños.
Fue una invitación que le hizo Él, él que tenía el don de llevarla a lugares increíbles como si su empeño siempre hubiese sido deslumbrarla, darle como sorpresa lo inesperado, imaginar lo que ella no se atrevía y que ella siempre recibía con la impresión de que se le abría la cabeza, para que después alucinando lo inevitable, se le abriera el corazón junto con las piernas.
Él la conocía de una manera como se conoce a una mujer, era en realidad su primera salida, pero él la conocía sin saberla. Traía dentro de sí a esa mujer que quería amar y todo resultó así desde la primera vez, porque ella se vio liberada del invento, y sólo tuvo que aceptar lo que él traía.
La timidez esencial de ella y un misterio enmascarado hicieron que aceptara la invitación de pasar juntos todo un día, cosa que le parecía un exceso y que temía como se temen la falta de palabras, el aburrimiento, o la indiferencia.
¿Y si no pasaba nada? ¿Si se me vuela el alma en el encuentro y dejo de sentir, y todo se transforma en un pequeño fracaso más, de esos insignificantes, que tienen el poder de volverme más insignificante, más poca cosa?
Cuando llegaron la casa estaba llena de gente, todos jóvenes amigos que se conocían entre sí. Él recortaba su figura que se agrandaba entre sus risotadas, como si poseyese el doble encanto de una ternura y una firmeza remarcada en lo negro, sus ojos y sus cabellos, única oscuridad que surcaba su cara de tanto en tanto, con el viento o con un ademán de su mano.
No había aparecido en su vida solo, cuando lo conoció eran dos amigos que se amaban, eran los dos bellos, los dos la habían deslumbrado. Sintió que era imposible separarlos, formaban como un cuadro donde una imagen no puede ser separada de otra imagen porque se pierde la armonía y junto a ella la belleza.
Se enamoró de los dos como se enamoraba de las obras de arte, donde el goce era sólo estético, donde todo era solo contemplación.
Sumida en la indecisión y capturada por la escena dijo que sí a la cita, suponiendo que Él se había decidido por ella, efectuando el corte de la imagen en ese apresurarse primero, en esa invitación que lo posesionaba en dueño de la situación y por lo tanto en su dueño.
Tomó de nuevo la novela que leía y se tiró en la mecedora que habían colgado de árbol a árbol, casi tocando el agua del río. No lo escuchó llegar, pero levantó la vista y lo miró. Otra dulzura. No Él, sino su amigo, le proponía mecerla despacito mientras leía, para nada, dijo, para mecerla, para jugar despacito y sin que nadie sepa. Para mostrarle que él estaba también en su cuerpo, despacito, y ella lo amase en un silencio inconfesable. En lo nunca confesable de un amor que había traído Él, para que yo lo viva a solas en este tiempo que ya llevaba tres meses, en este verano que nadie se propuso pero que sirvió, para que la intención de Él se cumpla. Que por primera vez, yo tenga un secreto.


viernes, 5 de abril de 2013

Amor, no estás






 Y me quedé mirando los círculos concéntricos
del guijarro arrojado a la laguna
y te busqué en el mismo centro sin hallarte,
ni encontrar los límites donde pudiera profanarte.                           

La noche se ahuecó para escribirte palabras imposibles,
sin caídas, en el final de este viaje con gusto a despedida.

Cierro los ojos mientras te alucino,
persiguiendo los ruidos de mis pasos donde cruje nuestra historia,
en esas aceras pisoteadas que recuerdan la invulnerabilidad de ciertas almas
frente a temores de vivir, a punto de estallar en una casa abandonada.

Ay… que distancia enorme se interpone
y no escucho mi nombre en tu llamada
y no sé como romper la hoja de papel que sabe a profecías
y a sueños desconocidos donde se rompen todos los perfiles,
y avanzo hacia el vacío blanco donde arde mi amor
y el cuerpo cae como un racimo de uvas en la violencia del verano.

Estaba en mi casa y te esperaba en una línea horizontal que se extendía hasta las respiraciones de la noche, sólo perfumes y recuerdos.

Una sílaba será la encargada de reorientar al pájaro perdido
en medio de catástrofes y si no encuentro mi espalda en los espejos
será porque les pido el gran estruendo que ejercite el luminoso oficio
de correr todos los riesgos, y ser mi prisionero fugitivo.

Yo también me detuve a un paso tuyo,
mi imagen separada quedó junto a tus ojos,
y giré la cabeza hacia otro lado
para ocultar una inocencia a punto de perderse
dejando al descubierto a una niña desnuda que miraba la vida
desde un curioso espectáculo de lágrimas y  silencios.