lunes, 26 de noviembre de 2012

SOLDADAS DE MI PATRIA

Hermana,
hoy me repliego en tus noches de asombrosas quimeras,
y te veo partir apenas amanecida la mañana,
con tu traje de olivas esparcidas en cementerios terrenales,
donde gimen corazones destrozados por las luchas febriles
que engalanan la patrias repartidas,
al sur y al Norte, muy al norte de mi casa.
Fuego y amor marchando hacia la selva,
mi selva tucumana,
mi ardor vuelto gobierno de otros,
mi mujer empañada por las lágrimas.
Estoy en tí desde el sudor que moja mi vergüenza
desde la llaga que me habita,
haciendo sueños con tintas e infinitos,
llavero de mi vida, desde la que te nombro la dueña de mis llaves.
Partid, que yo he partido tantas veces
tratando de hacer desde mi doctoral oficio,
la causa y la raíz, calcárea piedra penetrando sombras
en busca de caras que no saben de otras caras
anomias de la guerra machacando el silencio en medio
de los nombres inventados por la sentencia del sepulcro,
por el arduo trajín de la batalla y por tus hombres muertos.
Ignoro acaso el odio de este amor.
Ignoro que jamás rendiste cuentas de rodillas,
que las tardes y los hijos se dormían al ritmo de canciones,
protestando como protesta el cobre americano
cuando Bolivia se alza en vuelo y carcomen
sus minas los falsarios después de haber desbaratado
el brillo de la plata que impidió desprenderse del ocaso
un arco que perdió su flecha y abanicó colores alejando tormentas
para que las tinieblas repitan esos sones
que son los gritos de un ahogo
que sube por los tiempos enloquecidos de conquistas,
descifrando mal los decálagos de un Dios
que impidió que no subieran las escalas
de un canto llano que aquietase el alma,
y la lesión fuera la carne estremecida por su propio furor,
haciendo historia.
Mujer soldado de mi patria,
te veo cabalgando en potros tus honores por defender la infamia.
Acabas de ponerme un poco de aflicción en mis espaldas,
pero tengo tus hombros, tu fusil, tu pedazo de pan,
y me doy cuenta que tu grito es un llanto de victoria
atado cual sermón a la barbarie.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL RUGIDO DEL HAMBRE



                                  

Y qué se yo de lo que pasa, cuando las manos callosas se doblegan
y vueltas las palmas hacia arriba se acurrucan en el atrio de una iglesia
o se amontonan en el furgón de cola de los trenes corriendo el riesgo de quedar sujetos por un pié en la separación de los vagones.

Y qué se yo de aquellos, que rondan las esquinas a las siete de la tarde
buscando en la basura la bala perdida que perforó el chaleco
y fue a caer en el hoyo de sangre de un agujero entre las dos costillas,
y el encorvarse un poco, sólo un poco, para no perder el equilibrio
y rueden por el suelo las grandes bolsas en las que juntaron
los desperdicios de los vivos parecidos ahora al sueño de los muertos.

Por corredores sin luz avanza una mujer sosteniendo en sus brazos,
una palabra helada envuelta en mantas desteñidas
donde el llanto del niño se sepulta
y las manos entumecidas de la madre vierten
el vinagre de la angustia sobre sus propios ojos
tratando de arrancar el oro desvalido
en un desierto que apesta de dolor e historias de miserias
perdidas en veredas sin sol yendo a empeñar
el último reloj de plata, regalo de su abuela.

Eran tortuosos los caminos desembocando en el invierno,
siempre un lamento implorando un adiós demasiado temprano,
cayendo en ese tragaluz sin vidrios que llamaba a perderse
en las noches ahogadas por la lluvia, sin tierra a dónde huir.

Es verdad y no tanto, que buscó ser herida
en la equivocación de las esquinas,
pero el hombre decretó que había que aguantar esa agonía
y vomitó en los paredones rojos de la injuria,
la rabia de un cálculo mal hecho,
y ajustició con sus manos al corazón del juez,
allá en el sur, donde cortan las flores en pleno mediodía.

Y se desesperan los ecos de las tripas que estrellan sus paredes
alucinando legumbres frescas de una huerta
y peces y manjares que entran por una puerta falsa
que hoy no se abrió,  para alojar tanto cargamento sin destino.

Esas lágrimas…, estas lágrimas mías retenidas
que inundan sin piedad la brecha por donde se pierden
los casi muertos de una casi conciencia,
casi hombres dormidos, futuros esqueletos violentados
mordidos por las sombras de algún cielo corrupto
que no comprendió del todo lo humano y sus cenizas.