lunes, 8 de julio de 2013

Espero del mañana...





A nuestro alrededor pasó de todo.
El planeta se llenó de habitantes destrozados,
ávidos de sangre humana y el metal fue la reja donde se pudrió el odio.
Veníamos cruzando ciudades y a través de los techos hicimos el camino
pero no dejamos de cantar mientras las chimeneas llenaban de humo
nuestras vidas que parecían un pensamiento tallado en el mañana.

A veces había que decirle al corazón que no latiese así,
que se acallara,
que esperase la siguiente mano
que a lo mejor venía el as de espadas
y habríamos ganado la partida.
A esas alturas el futuro quedaba a una distancia inexplicable
y los años eran algunas gotas de miel y acíbar combinadas
de tal manera que inundaban los oídos
y la vida era esa mujer impúdica
pidiendo un pedazo de pan, un pedazo de sol, un pedazo de algo.

Una avalancha de palabras trajo el temblor
y un remolino arrancó de la garganta un canto
que deformó los puntos y las comas y el olor a tinta impregnó el papel
que hablaba del futuro al que le entregaríamos la última palabra.

El hoy se imponía furibundo y quedaban los sueños en el aire
siendo el mañana una revista de aventuras por entregas
que aparecía el día viernes
y que tenía entre paréntesis al pié de página
la posibilidad de volver y que la vida continuara.
En ese tiempo de la pausa quedaban los incendios apagados
e imaginaba que había que decirle al mundo que así no,
que hay que cambiar de vida, aunque por ahí dicen que morir es cosa fácil,
y movía la cabeza hacia los lados pensando en lo difícil y en lo fácil
teniendo en cuenta que el hombre no se achica
ya que la apuesta la hizo de antemano sabiendo que la deuda es impagable.

Yo del mañana espero un jardincito
donde la tierra esté limpia de alimañas
y un viento desparrame los cabellos y suelte las piernas que se alargan
para ignorar que las rodillas alguna vez cayeron
pidiendo un anticipo por fuera del salario,
para pagar el alimento con orgullo y no escuchar más un grito de hambre.                                    
                                                                                               

martes, 2 de julio de 2013

LA NOCHE




El cielo tiene miedo de la noche,
de ese silencio lleno de murmullos
cuando los ojos se llenan de recuerdos
y una invasión de ópalos se cuelga en la mirada.

Levanto la cabeza y veo un nido de luciérnagas
rodando por el cielo,
cruzando todos los signos zodiacales,
mientras un aerolito cae sin mirar a nadie
de la elipse cerrada de los astros
y se ve abrir en el cielo un bosque de hadas extasiadas
que me prometen el cumplimiento de un milagro inalcanzable.

Un vuelo se agranda en la herida de su estela
y se ahoga un grito que solo cicatriza en el espacio.

Mi mirada se vuelve delirante en un aire de verano y primaveras
donde danzan las luminarias sin moverse
porque tienen la luz dentro del cuerpo
y aprendieron la lección del telescopio que creyó mirar y era mirado.

Con un llanto de luna oigo el ladrido de un perro
que da la vuelta al mundo
y un nocturno durmiendo en un concierto único
reposa sobre el piano que ensaya muertes tenues
junto al sonido del mar que prepara algún naufragio
mientras doblan las campanas de los astros muertos
y el azul del universo se salpica de luz,
aquella que desbordan los planetas
dominando un insomnio interminable
e invade todos los rincones
cuando es hora de dormir en todas partes.

El tiempo de los siglos se insinúa terriblemente envejecido,
cansado de soñar en esa espera que salte una ilusión
y llegue al cielo
sentada en una lágrima.